Libros Gratis - El Hombre de la Mascara de Hierro
 
 
         

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yo habría tenido derecho a hubiese impedido con el crimen de nuestra madre; sólo yo habría tenido derecho a servirme de este pañuelo
con el escudo de Francia, si, como dice el señor de Herblay, me hubiesen dejado en mi sitio en la cuna re-
al... ¡Felipe, hijo de Francia, sube a tu cama! ¡Felipe, único rey de Francia, recobra tu blasón! ¡Felipe, único
heredero presunto de Luis XIII, tu padre, no tengas compasión para el usurpador, que en este instante ni
siquiera siente remordimiento alguno por lo que te ha hecho padecer!
Dicho esto, Felipe, a pesar de la repugnancia instintiva de su cuerpo, y de los estremecimientos y del te-
rror vencidos por la voluntad, se acostó en la cama real.
Al descansar la cabeza en la mullida almohada, Felipe divisó, encima de él, la corona de Francia, soste-
nida, como hemos dicho, por el ángel de las alas de oro.
Contemplad al real intruso, de mirada sombría y cuerpo tembloroso; parece tigre extraviado durante la
noche de tormenta, que al través de cañaverales y de incógnitos barrancos, va a acostarse en la caverna del
león ausente.
Puede uno alentar la ambición de acostarse en el lecho del león, pero no esperar dormir tranquilo en él.
Felipe prestó oído atento a todos los rumores, dejó que su corazón oscilase al soplo de todos los sobresal-
tos; pero fiado en su energía, redoblada por la exageración de su resolución suprema, aguardó sin debilidad
que se presentase una circunstancia decisiva para juzgarse a sí mismo.
Pero nada sobrevino.
Hacia la madrugada, una sombra se deslizó en el dormitorio real, sombra que no causó sorpresa alguna a
Felipe, tanto más cuanto que la esperaba.
--¿Y bien, señor de Herblay? --dijo el príncipe.
--Todo ha concluido, sire.
--¿Qué ha pasado?
--Lo que esperábamos.
--¿Ha resistido?
--Encarnizadamente; ha llorado y dado gritos.
--¿Y después?
--Ha sobrevenido el estupor.
--¿Y por fin?
--Por fin, victoria completa y silencio absoluto.
--¿Sospecha algo el gobernador de la Bastilla?
--Nada.
--¿Y el parecido?
--Es el que ha determinado el buen éxito de la empresa.
--Sin embargo, no olvidéis que el preso no puede menos de explicarse, como yo pude hacerlo no obstan-
te haberme visto obligado a combatir un poder incomparablemente más fuerte que el mío.
--Ya lo he previsto todo. Dentro de algunos días, más pronto si lo exigen las circunstancias, sacaremos
de su prisión al cautivo y lo desterraremos a un punto tan lejano...
--Uno vuelve del destierro, señor de Herblay.
--He dicho a un punto tan lejano, que las fuerzas materiales del hombre y la duración de su vida no bas-
tarían para procurar su regreso.
Una vez más el rey y Aramis cruzaron una fría mirada de inteligencia.
--¿Y el señor de Vallón? --preguntó Felipe.
--Os lo presentarán hoy, y os felicitará confidencialmente por haberos salvado del peligro que os ha
hecho correr el usurpador.
--¿Qué haremos de él?
--¿Del señor de Vallón?
--Un duque vitalicio, ¿no es verdad?
--Sí, sire --respondió Aramis, sonriéndose de un modo particular.
--¿Por qué os reís, señor de Herblay?
--Me río de la previsora idea de vuestra majestad. --¿Previsora? ¿qué queréis decir?
--Vuestra majestad teme que el pobre Porthos se convierta en un testigo incómodo, y quiere deshacerse
de él.
--¿Creándole duque?
--Sí, sire, porque la alegría va a matarlo, y con él moriría el secreto.
--¡Qué decís!
--Y yo perderé un buen amigo --repuso con la mayor flema Herblay. En este momento y en medio de la fútil conversación bajo la cual los dos conspiradores ocultaban el gozo
y el orgullo del triunfo, Aramis oyó un rumor que le hizo aguzar el oído.
--¿Qué pasa? --preguntó Felipe.
--Amanece, sire.
--¿Y qué?
--Que anoche, antes de acostaron, decidisteis hacer algo llegado el día.
--Sí, dije a mi capitán de mosqueteros que lo aguardaría, -- contestó con viveza el joven.
--Pues si así lo dijisteis, va a presentarse porque es hombre puntual.
--Oigo pasos en el vestíbulo.
--Es él.
--Ea, empecemos el ataque --dijo Felipe con resolución.
--Cuidado, Sire --repuso Aramis: --empezar el ataque, y por D'Artagnan, sería una locura. D'Artagnan
no sabe ni ha visto cosa alguna y está a mil leguas de sospechar nuestro


 

 
 

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